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30 marzo 2005

EL HOMBRE COMO ANIMAL

El tema de la INTOLERANCIA ECOLÓGICA incorpora el problema de los derechos de los animales:



Hablar de derechos de la naturaleza quiere decir también proteger la vida y el bienestar de los animales contra las agresiones y amenazas por parte de las personas que desde siempre han vivido en conflicto con aquellos: el animal es en parte provechoso (como animal doméstico y de cría) y en parte dañino y peligroso (en cuanto "salvaje") que fácilmente puede considerarse "enemigo universal" del ser humano. Ha existido desde hace largo tiempo la idea de una supuesta “superioridad” del hombre por sobre los animales a partir de la pregunta ¿Qué clase de animal somos? La cual fue de algún modo formulada hace más de dos mil años por Aristóteles quien sostuvo que un ser humano capaz de vivir fuera de la sociedad era “una bestia salvaje o un Dios” [1]. Tres son los argumentos de esta supuesta superioridad: “1) somos un organismo, es decir, una criatura viva nacida (cosa que no ocurre con todos los organismos) de un progenitor masculino y uno femenino de los cuales hemos heredado nuestros genes, 2) somos un organismo con cerebro y, por tanto, con mente; y aunque otras especies también tienen mentes, la nuestra es sumamente más compleja y sofisticada que incluso las de los más inteligentes de nuestros parientes genéticos próximos, los chimpancés, 3) somos un organismo con una mente compleja que vive en contacto regular con otros organismos con mentes complejas, y por consiguiente, tenemos una vida social en la que tenemos relaciones con otras personas, relacionadas a las que nosotros y esas otras personas dotan de significado” [2].



Requerimos reflexionar sobre los derechos individuales y los derechos colectivos de los animales. Algunos de los derechos individuales de los animales son la prohibición de torturas y experimentos "científicos" sobre ciertas especies mientras que los derechos colectivos de los animales contemplan reglamentaciones a la caza y prohibiciones legales contra el maltrato. La protección a los animales fue primero de orden religioso y después científico-filosófico. Esta reflexión parte casi siempre de la pregunta de si el ser humano ocupa una posición especial o bien, debe concebirse en relación con el mundo animal: en las religiones naturales, persona y animal se consideran emparentados; en las religiones hindú y budista está prohibido sacrificar animales; en el antiguo Egipto existe una "buena relación" con el animal; en la religión judía y cristiana, el animal es un ser creado por Dios, aunque sometido al hombre, en una relación que puede considerarse de "mutua confianza". Esta posición está muy bien representada en la época clásica helenista de los griegos por Pitágoras y Plutarco quienes entre los siglos I y II d.C. formulan alegatos en favor del vegetarianismo: “por una pequeña porción de carne privamos un alma del sol, de la luz y del curso de su vida” [3]. Para los romanos -fuente de la tradición jurídica europea- resultó determinante la distinción entre personas y cosas y la atribución de los animales al mundo de las cosas. En el medioevo, San Francisco de Asís sublima la relación persona-animal hasta la "fraternidad" con este último. En muchos sentidos San Francisco de Asís puede ser considerado el “ecologista de Dios”. La concepción de Santo Tomás de Aquino es que el individuo tiene el deber de no hacer sufrir a los animales, pero sólo como consecuencia indirecta del deber que cada uno tiene hacia las otras personas para no ofender su sensibilidad mediante espectáculos crueles que pueden endurecer los ánimos y empujar a las personas a convertirse en crueles en relación con sus semejantes [4]. Durante el medioevo era corriente ubicar al hombre a la cabeza de la creación y considerarlo en la cima de la perfección universal. A pesar de sus vínculos reconocidos y obvios con los antropoides y los monos restantes (llamados entonces Quadrumana: los que tienen cuatro manos) era frecuente colocar a la persona en un orden aparte (Bimana: los que tienen dos manos). Esta actitud respondía indudablemente a la necesidad de satisfacer la propia vanidad humana y, al mismo tiempo, los requerimientos de la doctrina de la Iglesia. Para ese entonces se desconocía la existencia de formas intermedias en el sentido que damos ahora a este concepto; pero se admitía la existencia de lo que, con toda desvergüenza, se consideraban formas “superiores” e “inferiores” de humanidad. Estas segundas se distinguían por poseer caracteres bestiales en su aspecto y su comportamiento [5]. Incluso el nombre “primate” se encuentra en abierta alusión al presunto “primer lugar” que el hombre ocuparía en el reino animal. Desde tiempos inmemoriales el individuo se autoasignó el dominio sobre otros animales denominando eufemísticamente a esta práctica “domesticación”, es decir, que forma parte de un hogar, domus, que está sometido al dominio de un amo al que proporciona sus productos, sus servicios y que se reproduce en estado de cautiverio [6].



 


[1 Aristóteles, Política, Madrid, Aguilar, 1991, parágrafo 1253ª, p. 29.[2] Runciman, W.G., El Animal Social, Madrid, Taurus, 1999, p. 9.
[3]
Livorsi, Franco, “Il Paradigma Ambientalista Latente nella Storia. La Grecia Antica e il Romanticismo Religioso e Politico”, en Il Mito della Nuova Terra, Milán, Giuffré, 2000.
[4]
Salt, Henry S., Los Derechos de los Animales, Madrid, Libros de la Catarata, 1999, pp. 34-35.
[5]
“Cualquiera que sea el valor filosófico o taxonómico que le atribuyamos a las adquisiciones del hombre en el terreno de la cultura, la ética o la técnica, siempre quedará en pie un hecho: en el plano estrictamente biológico el hombre está menos separado de los simios que estos últimos de los restantes mamíferos”: Cfr. Hill, Osman, El Hombre como Animal, Buenos Aires, EUDEBA, 1964, PP. 15-16.
[6]
Thevenin, René, El Orígen de los Animales Domésticos, Buenos Aires, EUDEBA,1961, PP. 5-6