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01 mayo 2005

Ciencia de la Política

 


Los fundamentos clásicos

Hoy el estudio de la política abre los ojos a nuevas problemáticas que no pueden ser explicadas solamente con las interpretaciones tradicionales. Hoy la ciencia de la política necesita más que nunca del diálogo con otras disciplinas y del espiritu crítico para ofrecer nuevos horizontes analíticos que permitan enfrentar adecuadamente los nuevos desafíos y también proponer soluciones a los nuevos problemas. Es necesario innovar la “forma mentis” de la política para descubrir el arcoiris de las tonalidades que adquieren los actores, procesos e instituciones de la política. La política es una actividad decisional que de manera vinculante involucra la búsqueda del bienestar de la colectividad. La política ha existido en todos los tiempos y circunstancias, ha cambiado sus formas, sus funciones, sus métodos e incluso, su fisonomía. La política ha sido estudiada desde diferentes angulos históricos, teóricos, analíticos y disciplinarios. Por lo que para definir a la política es necesario hacer referencia a la esfera de las acciones humanas que se relacionan directa o indirectamente con la conquista y el ejercicio del poder. La política ha siempre existido porque en donde existen individuos existe sociedad, y en donde existe una sociedad, resulta indispensable e incluso inevitable que exista una organización fruto ella misma de decisiones vinculantes. Cuando hablamos de Política nos referimos a aquella actividad específica que se relaciona con la adquisición, la organización, la distribución y el ejercicio del poder. La política es conjuntamente téchne (técnica) y areté (virtud). Los clásicos del pensamiento político buscaban definir una técnica específica que permitiera al ciudadano vivir mejor la dimensión colectiva de su vida cotidiana. La política nace como arte de la convivencia en la Polis. Ésta, es la “ciudad” que expresa también el concepto de Estado: es decir, el lugar físico en el cual vive la comunidad y que representa, al mismo tiempo, la estructura institucional que permite la convivencia pacífica. Por esto Zeus envía a los hombres a través de Hermés algunas dotes útiles: iniciando por el pudor y la justicia, se trata, explica el padre de los dioses a su mensajero alado, de dotes que deben ser difundidas capilarmente, a diferencia de todas las demás artes que se encuentran desigualmente distribuidas entre los individuos. De esta forma, es principalmente sobre la justicia y la sabiduría que se desarrolla la capacidad política que según los clásicos del pensamiento político debe ser enseñada a los hombres. Encontramos aquí que la tarea más alta de los filósofos de la política es entonces: enseñar a los individuos la capacidad política o dicho de otra forma, la virtud de ser ciudadanos. La “mejor política” es aquella que hace prevalecer la confianza en el derecho y en las instituciones; la “mejor política” es aquella que guía a los ciudadanos a comprender la justicia. De esta manera, el mejor gobernante es aquel que comprende y busca promover la justicia. Y es precisamente sobre la capacidad de distinguir lo justo de lo injusto -forma esencial del saber- que se articula la propedéutica de base de la acción política. Es decir, la relación entre gobernantes y gobernados. La política es ciencia en cuanto se corresponde con una dimensión específica del ser humano, el único dotado no sólo de voz, sino también de logos (palabra, discurso); y es esto lo que permite el diálogo, instrumento príncipe de la convivencia en la Polis. En este contexto la democracia puede ser considerada como el topos, es decir, el lugar por excelencia de la política. Más que una palabra clave, el concepto democracia define la carta de identidad de la cultura occidental. En su larga evolución histórica, el territorio de la política se separa, en primer lugar, de otros ámbitos de carácter ético-religioso o socio-económico; y en segundo lugar, la política procede en el sentido de un cambio de sus propios contenidos: de arte de gobierno (o más bien del buen gobierno) la política se transforma en un principio de defensa del poder adquirido o por adquirir, sobre la base de normas que tienen una lógica y una moral que son propias. A tal concepción ha contribuido el realismo político de Nicolás Maquiavelo, pero también el de Max Weber quien adoptó categorías históricas y sociológicas orientadas a determinar el poder en el Estado moderno. Y es así como una larga tradición de pensamiento político, que va desde Aristóteles hasta Hannah Arendt, propone una política fundada en la participación, una política sobre la cual no es suficiente indagar sus fines y sus objetivos, sino que es necesario darle un “sentido” a la política: la política pertenece a todos y representa la preocupación de cualquier conciencia libre.