DÉFICIT DE LA POLÍTICA
¿Es posible gobernar democráticamente una sociedad compleja como la mexicana? Desde que la democracia fue inventada en la antigua Grecia ha sido declarada como imposible y su historia se encuentra constelada por oscuros vaticinios. El argumento fundamental de los pesimistas, antiguos y modernos, desde Platón hasta Max Weber, es que los problemas del gobierno son muy complicados como para dejar las decisiones en manos del pueblo. Otras escuelas de pensamiento consideran que la democracia es un sistema muy simple que ofrece pocas oportunidades para gobernar la diversidad. En nuestro tiempo la tesis sobre las imperfecciones democráticas aparece nuevamente bajo el signo de la antipolítica. Cada vez es más frecuente escuchar que la democracia mexicana se encuentra en crisis y con ella sus actores, procesos e instituciones.
Se afirma que poseemos una democracia ingobernable caracterizada por una crisis de representación y del sistema de partidos, además de una crisis de la seguridad pública y del Estado en cuanto monopolio legítimo de la fuerza, una crisis moral y de ideas, una crisis de objetivos sociales y de medios para alcanzarlos. La discusión es en torno a si estos problemas críticos que enfrenta nuestro país pueden ser resueltos reduciendo la democracia a un mero formalismo para adecuarla a las exigencias del momento, o si más bien, se requiere imprimir un renovado impulso para desarrollar un tipo de democracia que le permita gobernarse así misma. Paradójicamente, después de que la transición política mexicana logró el establecimiento de un sistema dual de administración y justicia en materia electoral, pareciera que al mismo tiempo, están desvaneciéndose algunas de las características que identifican a nuestra democracia formal. Entre ellas destaca la genuina competencia entre partidos alternativos y con horizontes diferentes en cuanto a ideologías y programas de gobierno, lo que explica porqué en las elecciones tenemos distintos candidatos presidenciales y partidos en competencia. Nuestro régimen político ha producido un sistema de coaliciones electorales en donde los partidos-membrete se alían al mejor postor o con quien les garantice el mayor número de votos con el menor esfuerzo. Los vemos en una elección apoyando a un partido y en la siguiente a otro, creando solo confusión entre el electorado. Y que decir de la inexistencia entre nuestras elites de una cultura política de la responsabilidad como ilustra el comportamiento de candidatos y líderes de partido en las elecciones de Michoacán. El aspecto formal de la democracia en donde a través de procesos electivos resultan ganadores y perdedores en México pareciera no funcionar. De que sirve un sistema electoral tan sofisticado y costoso si los partidos políticos no aceptan los resultados. Se suele decir que el demócrata siempre lo es, tanto en el triunfo como en la derrota.
Se afirma que poseemos una democracia ingobernable caracterizada por una crisis de representación y del sistema de partidos, además de una crisis de la seguridad pública y del Estado en cuanto monopolio legítimo de la fuerza, una crisis moral y de ideas, una crisis de objetivos sociales y de medios para alcanzarlos. La discusión es en torno a si estos problemas críticos que enfrenta nuestro país pueden ser resueltos reduciendo la democracia a un mero formalismo para adecuarla a las exigencias del momento, o si más bien, se requiere imprimir un renovado impulso para desarrollar un tipo de democracia que le permita gobernarse así misma. Paradójicamente, después de que la transición política mexicana logró el establecimiento de un sistema dual de administración y justicia en materia electoral, pareciera que al mismo tiempo, están desvaneciéndose algunas de las características que identifican a nuestra democracia formal. Entre ellas destaca la genuina competencia entre partidos alternativos y con horizontes diferentes en cuanto a ideologías y programas de gobierno, lo que explica porqué en las elecciones tenemos distintos candidatos presidenciales y partidos en competencia. Nuestro régimen político ha producido un sistema de coaliciones electorales en donde los partidos-membrete se alían al mejor postor o con quien les garantice el mayor número de votos con el menor esfuerzo. Los vemos en una elección apoyando a un partido y en la siguiente a otro, creando solo confusión entre el electorado. Y que decir de la inexistencia entre nuestras elites de una cultura política de la responsabilidad como ilustra el comportamiento de candidatos y líderes de partido en las elecciones de Michoacán. El aspecto formal de la democracia en donde a través de procesos electivos resultan ganadores y perdedores en México pareciera no funcionar. De que sirve un sistema electoral tan sofisticado y costoso si los partidos políticos no aceptan los resultados. Se suele decir que el demócrata siempre lo es, tanto en el triunfo como en la derrota.
Las transformaciones mexicanas han producido una “despolitización” de lo público, una pérdida de sentido político y un clima de escepticismo e indiferencia hacia las ideas y valores democráticos. No es el desorden generado por la complejidad el que hace necesaria la renuncia a la política, sino que más bien ha sido la renuncia a la política la que generó el desorden en las sociedades. Aparece un déficit de la política que resulta evidente frente a la poco constructiva búsqueda de soluciones individuales a problemas que son comunes. El déficit de la política se corresponde con un déficit de la democracia en todos sus niveles produciendo un desgaste de la política que impacta la legitimación del poder. En sus orígenes la política se presentaba como arte y virtud, como amor por la “cosa pública”, la “cosa común”, la “cosa de todos”, por lo que es urgente que la acción política recupere el prestigio que alguna vez tuvo. Se hace necesaria una reconstrucción del universo político, en una palabra, una nueva construcción del otro y de la alteridad. La política surge vinculada con las capacidades fundamentales para una mejor convivencia, donde “mejor” significa sobre todo una convivencia más justa, tolerante y libre. Se requiere de un nuevo impulso ideal y ético de la política. Una sociedad despolitizada, pobre de orientaciones ideales, de sentimientos de solidaridad y de interés público, tarde o temprano, se convierte en el espacio ideal para las tentaciones autoritarias. Los medios prevalecen sobre los fines y la competencia política se convierte en un ritual destinado solamente a la sobrevivencia de la partidocracia. No basta con establecer reglas y procedimientos en el juego democrático, es necesario que los jugadores persigan diferentes objetivos. Es justamente sobre los contenidos y alcances de la democracia que las distintas fuerzas políticas se diferencian. Un sistema de reglas democrático, moderno y eficiente solo puede consolidarse a través de una radical y profunda “repolitización” de la sociedad, es decir, de la introducción de mecanismos que faciliten, amplíen y hagan realmente efectiva la participación y la representación ciudadanas lejos de las simulaciones cotidianas.
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