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18 abril 2013

TERRORISMO CIEGO



Los atentados contra civiles en el maratón de Boston merecen una condena unánime. Las explosiones en ese evento deportivo son el último episodio sangriento en la historia del terror ciego. Una serie de deflagraciones acabaron con tres vidas y causaron heridas a centenares de personas, reavivando el fantasma del terrorismo en un país que no sufría un atentado en su territorio desde el ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono en septiembre de 2001. Esta intimidación acontece, justamente, cuando el Senado de los EU ha acordado iniciar un debate legislativo para una nueva ley que endurezca las restricciones para la libre venta de armas de fuego en ese país. Un acto de terrorismo como el que observamos, puede paralizar todo.



No se debe olvidar que el terrorismo, como las bacterias virales, se encuentra en todas partes. Hay una diseminación del terror que se desarrolla en el corazón mismo de la cultura que lo combate. Un nuevo terrorismo que no ataca más al sistema en términos de relaciones de fuerza, sino que se presenta como una forma de acción individual o colectiva que busca perturbar profundamente a la sociedad. El terrorismo es tan antiguo como la injusticia o la violencia misma, y puede ser clasificado en cuatro formas complementarias: 1) el “terror simbólico” que se sustenta en una política de intimidación dirigida contra la sociedad pero orientada a coaccionar al gobierno, es una táctica y una forma de violencia con fines políticos; 2) el “terror libertario” que se dirige a una misión “superior” representada por la futura construcción de un orden político sin clases sociales; 3) el “terror nacionalista” llevado a cabo por grupos que buscan la “pureza de la sociedad” y la expulsión de quienes son percibidos como cuerpos extraños y nocivos para la comunidad dada su pertenencia a grupos culturalmente no asimilables; y 4) el “terror dirigido desde el Estado” que se ejerce contra grupos opositores considerados desleales al régimen, es el terror que busca imponer el llamado “consenso total” que elimina el disenso al interior del régimen político. En cualquiera de sus formas, el terrorismo ciego implica destrucción, violencia e intolerancia.



Nuevamente, la lucha contra el terrorismo ocupará un lugar privilegiado en la agenda interna de los EU, colocando en segundo lugar temas tan relevantes para México como la reforma migratoria o la regulación del tráfico de armas. La aparición de un ambiente de psicosis colectiva y de guerra antiterrorista justificará la censura, la intercepción de correo electrónico y el espionaje telefónico, como ya ha ocurrido en el pasado. La teoría de la conspiración terrorista legitimará nuevas guerras y sacrificios económicos para la población, en un contexto en el que recientemente se redujo significativamente el presupuesto para la defensa de ese país. En estas circunstancias, el terror se enfrenta al temor y se proyecta mucho más allá de cualquier ideología política.



Existe una distinción entre terror y terrorismo, el primero se refiere a un instrumento de emergencia al que apela un gobierno dictatorial para mantenerse en el poder a toda costa, mientras que el segundo representa una estrategia de guerra a la que recurren ciertos grupos disidentes para combatir al Estado. Históricamente, la “guerra justa” se ha legitimado aduciendo que el Estado enfrenta una amenaza de agresión que puede poner en peligro su integridad territorial o su independencia política, por lo que adquiere el “derecho a la guerra”. El concepto de guerra justa implica la celebración del terror y la violencia: de un lado, la guerra es reducida al estatus de acción policiaca y del otro, se fortalece un poder facultado para ejercer funciones punitivas “éticamente” justificadas.



Al espectáculo del terrorismo se sobrepone el terrorismo del espectáculo. La violencia terrorista adopta nuevas formas: terrorismo tecnológico, terrorismo biológico, terrorismo del rumor, terrorismo financiero y el peor de todos: terrorismo de la información. La vieja maquinaria de propaganda ha evolucionado hasta convertirse en un refinado arte de la guerra psicológica. El filósofo italiano, Norberto Bobbio, consideraba que el terror representa la guerra como prolongación de la ausencia de política, mientras que el terrorista “es o cree ser, ante todo, un justiciero”. En la era de la globalización asistimos a una revolución en los asuntos militares que busca paralizar al posible enemigo, anticiparse a sus decisiones y operar con plena efectividad sobre la totalidad de los objetivos, eliminándolos a larga distancia y desde el primer instante. En el pasado, un obstáculo importante estaba constituido por la distancia y lo inaccesible de los objetivos militares. En términos bélicos ambos elementos han desaparecido, dado que actualmente, el poder militar tiene un alcance global.



El nuevo terrorismo ya no es solamente internacional sino también doméstico, y en cualquiera de sus modalidades siempre busca imponer sus condiciones a la sociedad en su conjunto. Si no se logra detener al terrorismo ciego estaremos avanzando, inevitablemente, hacia la destrucción de la convivencia civilizada.