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25 diciembre 2013

AUSCHWITZ: LA FÁBRICA DE LA MUERTE



“Cancelar el pasado es el primer paso hacia el autoritarismo”, afirma con justa razón el sociólogo italiano Franco Ferrarotti. Mañana se cumplirá medio siglo del mayor juicio por genocidio de la moderna historia judicial. Fue la primera vez que los alemanes se enfrentaron al horror del Holocausto, ya que en los Juicios de Núremberg celebrados a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial habían sido los aliados quienes habían sentado en el banquillo de los acusados a los criminales nazis. Ahora era la justicia alemana la que entraba en acción. A partir del 20 de diciembre de 1963 y hasta el 10 de agosto de 1965, un tribunal procesó en Fráncfort a una veintena de mandos del campo de exterminio de Auschwitz. El juicio cristalizó el esfuerzo de castigar a los responsables de la barbarie y también, de impulsar desde la justicia la regeneración moral de la sociedad. Doscientos once sobrevivientes del temido campo de Auschwitz acudieron al llamado del fiscal Fritz Bauer para dar fe de lo ocurrido. El resultado fue la condena de 22 criminales a cadena perpetua y a otras penas menores, pero el significado mayor de este juicio fue sobre todo simbólico al reconocerse que los crímenes de lesa humanidad no prescriben. La fábrica de la muerte llamada Auschwitz pasó a la historia como un emblema del odio y del racismo entre las personas.



Aunque existieron numerosos campos de concentración, reclusión y exterminio en contra del pueblo judío por parte del régimen nazi, destaca por sus atrocidades Auschwitz-Birkenau, establecido en 1940 y en donde los muertos fueron casi 2 millones, que se sumaron a los 4 millones que fueron asesinados en otros campos de la muerte. En total un tercio de todos judíos existentes en ese momento a nivel mundial fueron eliminados. A partir de 1942 Auschwitz representó el más grande campo de exterminio nazista en toda Europa. Aquellos que lograban evitar las cámaras de gas eran utilizados como fuerza de trabajo esclavo en las fábricas que la industria de guerra había instalado en ese lugar. Los sobrevivientes fueron liberados por los rusos el 27 de enero de 1945 y de acuerdo con testimonios directos, las condiciones de vida en estos campos eran extremadamente difíciles para los prisioneros. De aquí la necesidad de una pedagogía de la memoria -o mejor dicho, de una tiranía de la memoria- que no permite perdonar y que marcó a nuestras generaciones en modo definitivo y para siempre.




Comúnmente se piensa que los campos de concentración fueron iguales, lo cual es falso. Se distinguen por sus funciones, objetivos y estructuras, por lo que pueden identificarse campos de concentración o internamiento, de exterminio, de tránsito, de trabajos forzados, de reeducación política, para la expansión colonial, de detención, de castigo y de seguridad. La privación de la libertad, la arbitrariedad, el terror, la crueldad, los horrores, la deportación, el trabajo obligatorio, la explotación, el asesinato masivo, el genocidio y las fosas comunes, son todas caras de la misma moneda. Los campos de concentración se distinguen de las prisiones porque sus internos no han sido condenados por un delito tras un juicio apegado a una cierta normatividad, sino que, por el contrario, han sido arrestados por decreto u orden militar sin auto de procesamiento y en virtud de su pertenencia o simpatías con determinados grupos políticos, étnicos, religiosos o ideológicos. Los campos de concentración aparecen como un instrumento de dominación y muerte bajo la administración centralizada del Estado. Son un refinado producto de la modernidad que se caracteriza por el uso planificado y científico del terror.





El ascenso de Hitler evidenció varios tipos de antisemitismo, así como distintos niveles de virulencia en la animadversión y el odio hacia los judíos. El nazismo retomó estas posiciones transformándolas en un programa político de persecución y genocidio sistemático promovido desde las instituciones del Estado. Con el final del conflicto armado el mundo conoció detalladamente sobre el exterminio de los hebreos y la persecución que sufrieron los gitanos, armenios, homosexuales, minusválidos, comunistas y en general, de todos aquellos que un grupo que se consideraba “superior” había señalado como “inferiores”. Sin embargo, a pesar de Auschwitz, el racismo no ha declinado, sino que se ha reinventado, y aparece nuevamente desviándose de sus formulaciones más elementales para hacerse más sutil, imperceptible, cultural y «diferencialista», al decir de los expertos. Después del Holocausto la conciencia universal no ha sabido impedir otras formas de barbarie demasiado próximas a nosotros en Camboya, América Central, la ex-Yugoslavia, Timor Oriental, Ruanda, Sudán, Afganistán o Siria. Con pesimismo constatamos que a pesar del progreso económico, el aumento impresionante de la producción, el crecimiento, el desarrollo científico y tecnológico que hemos logrado, nuestro planeta aún continúa a ser el teatro de grandes injusticias y persecuciones que debemos evitar, y de aquí la importancia de la obligación ética de la memoria.