AMBIENTALISMO: NUEVA UTOPÍA
El ambientalismo es ¿de derecha o de izquierda?, las consecuencias de las catástrofes naturales tienen que ver ¿con la democracia o con el autoritarismo?, el medio ambiente ¿puede ser mercantilizado, privatizado o patentado?, ¿la naturaleza debe continuar siendo un medio al servicio del ser humano? Estas preguntas surgen del futuro que nos espera después del grave desastre natural que afectó a nuestro país. Hoy está en crisis el mito del progreso ilimitado, el acento puesto al desarrollo de las fuerzas productivas y las excesivas certezas sobre el alcance de los factores económicos y cuantitativos convertidos en unidad de medida del bienestar social. Los datos estructurales de la civilización industrial se encuentran en el centro de la polémica: ciencia, economía, tecnología, ética y comportamientos humanos, que vistos en su conjunto, son poderosas herramientas e ideales a perseguir, pero que han cambiado radicalmente al mundo. La naturaleza es ciega y, al mismo tiempo, astuta. Posee leyes férreas y los escenarios catastróficos derivan de su violación. La ruptura de los equilibrios naturales proyecta a los desastres como regresiones e involuciones sociales y económicas. Detener el desarrollo es imposible, aquello que quizá es posible, sea dirigirlo y controlarlo. El calentamiento global, los desastres naturales y sus graves consecuencias sociales, plantean la necesidad de una reflexión sobre el futuro del ambientalismo en nuestras sociedades.
La democratización mexicana debe atender urgentemente el tema de los Derechos de la Naturaleza. La pérdida y degradación de los recursos y del entorno natural no sólo limitan nuestro potencial de desarrollo presente y futuro, sino que comprometen el bienestar de la población y el destino del país. Debemos reconocer que la “huella ecológica” de los sectores más ricos de nuestra sociedad, es más profunda que la de los más pobres. En las ciudades la pobreza urbana se relaciona con problemas ambientales como la expansión poblacional desordenada, la escasa disponibilidad de agua, la inadecuada gestión de enormes cantidades de residuos sólidos y líquidos, y la contaminación ambiental. Pero México también registra una enorme dispersión de su población que está asentada en pequeñas localidades rurales, muchas veces ubicadas en frágiles ecosistemas, y en donde es común la deforestación de los bosques. En este escenario catastrófico, cómo no recordar a los activistas de la Organización de Campesinos Ecologistas de la Sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán que se han distinguido por su lucha contra la tala inmoderada de los bosques en Guerrero, sufriendo detenciones arbitrarias y una serie de asesinatos durante periodo 2009-2012, problemática que ha merecido la atención internacional. El tema de los derechos de la naturaleza está en la agenda nacional, recordándonos prepotentemente, que la democracia no es solo un sistema electoral sino un modo de vida en donde ocupa una centralidad relevante la cultura de la civilidad y el respeto por el medio ambiente.
El ambientalismo representa una tendencia orientada a renovar, y probablemente a superar, al conjunto de sistemas ideales que durante siglos postularon la posibilidad de una “sociedad superior”, armónica, sin clases sociales y basada en la fraternidad universal entre las personas. La crisis del modelo socialista así como del conjunto de ideologías y programas políticos que lo encarnaron, contribuyó al abandono de la búsqueda de una forma alternativa de organización social. La idea de la sociedad igualitaria ha perdido su fuerza propulsora, su poder de innovación y su carácter de “fabrica del futuro”. Frente a este declive de la utopía social más grande de nuestra historia, excluidas las utopías religiosas, el ambientalismo representa actualmente una “revolución cultural” que implica una profunda transformación de las mentalidades para redescubrir la empatía entre los seres humanos y la naturaleza. El ambientalismo es una tendencia que mira hacia el futuro y su desarrollo no será sobre las viejas teorías de la redención social, sino sobre los derechos de la naturaleza.
Los problemas ecológicos son problemas sociales, porque la naturaleza destruida no puede regenerarse. La naturaleza tiene tanta necesidad de la persona como ésta de la naturaleza. La ética de la responsabilidad permite identificar las correcciones que deben introducirse mientras está en curso una determinada acción, tratando de evitar efectos desagradables. El filósofo alemán Hans Jonas, invita a no cultivar “ilusiones irresponsables” y a actuar conscientes de la totalidad puesta en juego, que en una sociedad planetaria de alto riesgo no siempre es posible el bienestar de este o aquel grupo social, sino que es necesaria, la mayor parte de las veces, la sobrevivencia y la integridad del género humano. Por lo tanto, sostiene, es necesaria una reformulación de las obligaciones morales, por lo que al: ¿qué cosa debo hacer? debe darse una respuesta, enunciando un nuevo imperativo categórico: «incluye en tu decisión la integridad futura de las personas». El proyecto político de la modernidad democrática requiere de una nueva utopía representada por un ambientalismo de vanguardia, reformista y constructivo que fortalezca el compromiso ciudadano con el medio ambiente.
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