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22 noviembre 2013

MÁS ALLÁ DE LA IZQUIERDA



Debatiéndose entre la continuidad y la renovación, hoy inicia el XIV Congreso Nacional del Partido de la Revolución Democrática. Durante cuatro días sus militantes discutirán su línea política y de alianzas, así como su declaración de principios y su estrategia electoral para el 2015, pero el tema central será, sin duda, la reforma estatutaria para permitir la reelección de su presidencia nacional. Este evento se celebra en un momento muy delicado para este partido: con una dirigencia que no logra mantener una línea política unificada, con un creciente tribalismo, con ausencia de referentes ideológicos que le permitan cohesión organizativa y con una marcada desorientación respecto al futuro de la democratización de México. En este contexto, con algo de escepticismo y a la vez de crítica, surgen diversas preguntas: ¿dónde está la izquierda? ¿quién es de izquierda? ¿qué cosa es la izquierda? ¿qué representa una política de izquierda?, pero sobre todo, ¿qué identifica hoy a un gobierno de izquierda? Frente a estos cuestionamientos, lo único cierto es la crisis que enfrenta este conjunto de prácticas e identidades que llamamos PRD, y que ocurre justamente en un momento como el actual, en que estamos viviendo un cambio de época, o como se decía antes, un “momento histórico”. De no reconstituirse, colocándose nuevamente en la perspectiva de la modernidad, habría que darle la razón a José Revueltas cuando en su obra Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, hablaba de la inexistencia histórica de un partido de izquierda en México.




Desde su nacimiento con la Revolución Francesa, la izquierda buscó representar la oferta política de la “sociedad del futuro”. Para la consecución de tal objetivo, se concibió como una opción alternativa de organización económica, social y política al capitalismo, y estableció fuertes vínculos con fuerzas sociales -como el proletariado- que habrían de garantizar, de alguna manera, un futuro mejor para la humanidad. Hoy lo que está en crisis alrededor del mundo es este mito fundador de la izquierda. Además, la historia de la democracia no coincide con la historia de la izquierda, ya que la liberal-democracia no siempre enarboló los valores defendidos por esta concepción de la política, y porque existió una influyente izquierda de carácter no democrático. La izquierda perdió el rumbo porque ninguno de los grandes problemas sociales y políticos frente a los cuales se presentaba como alternativa, se eliminó con la desaparición de los regímenes socialistas. Con la caída del Muro de Berlín en 1989 fuimos testigos del derrumbe de una de las más grandes utopías políticas de todos los tiempos que atrajo a filósofos, artistas e intelectuales, y que daba vida al conjunto de ideas de la transformación radical de una sociedad considerada injusta y opresiva.



México no es la excepción. El PRD enfrenta el dilema de su reconstitución política e ideológica, porque los partidos necesitan renovarse periódicamente para responder con eficacia y eficiencia a los desafíos que impone el ejercicio del poder. La oposición de izquierda es un componente fundamental de los modernos regímenes políticos, dado que hace referencia al futuro de la democracia, a la evolución de los sistemas representativos, al funcionamiento de los gobiernos y al sentido de la acción pública en la vida social. La izquierda ha sido un actor relevante del cambio político en México, y si desea continuar siéndolo, debe renovarse en dos dimensiones: una de tipo organizacional que tiene que ver con la cohesión de sus grupos y liderazgos; otra referida a los principios y valores que la identifican, es decir, sus propuestas, concepciones y ejes programáticos. Estas dimensiones perfectamente alineadas permitirían integrar un partido moderno, realmente innovador, con oferta creíble de futuro y propuestas alternativas sobre el diseño y aplicación de políticas públicas.




Antes se decía que las posiciones de centro eran políticamente más redituables que los extremos, tanto de izquierda como de derecha, y siguiendo esta lógica, resultó que la política se desnaturalizó, prevaleciendo los intereses y la disciplina de partido sobre las demandas ciudadanas. Hoy la izquierda debe someter a crítica el modelo de partido que ha construido y proyectar el papel que está llamada a desempeñar en nuestro proceso de transformaciones políticas. La izquierda, y no sólo la agrupada en torno al PRD, debe avanzar sobre el plano de la confiabilidad democrática y la credibilidad como fuerza de gobierno. La reconstrucción cultural y política de la izquierda mexicana debe partir del reconocimiento de que no existe política, y ciertamente no puede existir una política de izquierda sin ideas y sin propuestas. México tiene una activa sociedad civil que identifica en un Estado atrasado a su principal enemigo, y que ve en los partidos solo instancias de lucha por posiciones de poder entre grupos oligárquicos. Todo ha cambiado en el país, menos el Estado y sus partidos. El PRD debe responder al reclamo ciudadano de impulsar una “democracia exigente” para México.



17 noviembre 2013

REFORMA POLÍTICA PARA LOS CIUDADANOS




La reforma político-electoral que se propone para nuestro país debe establecer un objetivo concreto: otorgar más poder al ciudadano. Una reforma que modifique la relación entre política y sociedad, y que haga posible una ciudadanía activa. La relación entre democratización y construcción de ciudadanía es un proceso inescindible, que se refiere al pacto fundamental de libertad y equidad entre las personas. La democracia debe permitir la influencia de los ciudadanos sobre la toma de decisiones y constituir el espacio para que las políticas reformistas puedan manifestarse, haciendo posible el desarrollo de instituciones adecuadas para favorecer la integración política, la representación de los intereses sociales y la transformación de los sistemas de gobierno. Sería deseable que contara con el mayor consenso posible, sin embargo, el principio rector de la democracia es el derecho de ser tratado equitativamente respecto a la formación de las decisiones colectivas, pero una vez tomadas éstas, los gobernados deben respetar la legitimidad de las opciones resultantes de la deliberación entre iguales, y los gobernantes deben actuar para promover las decisiones con eficacia y transparencia. En el contexto mexicano, la ciudadanía se desarrolla y ya no solo implica la igualdad de los votos, la regla de la mayoría y el escrutinio secreto, como instrumentos que permiten la renovación periódica del consenso, sino que también involucra la necesidad de una mayor participación y la aceptación de la diversidad política.





La ciudadanización de las instituciones es un proceso en continuo desarrollo. En la antigüedad la ciudadanía hacía referencia a una forma de membrecía política a la que se accedía a través del vínculo individuo-ciudad. De esta forma, el ciudadano ateniense representaba una persona libre que reunida en asambleas deliberativas decidía sobre importantes cuestiones de la vida pública. Allí se agotaba la ciudadanía. Por lo tanto, era libre y soberana la asamblea pero no el individuo. Posteriormente, en Roma la idea de ciudadano se oponía al Peregrinus quien no había nacido en la ciudad y en ocasiones representaba la imagen del extranjero en su doble dimensión: como huésped que acepta las reglas y valores de la ciudad o como hostis, es decir, como un extraño que puede ser un potencial enemigo. Sin embargo, es la República romana la que por primera vez hace posible la extensión de los derechos de ciudadanía a otros grupos anteriormente excluidos.




En su largo recorrido histórico, la idea de ciudadanía fue incorporando distintos significados. Inició con una dimensión limitada relacionada con el conjunto de derechos y obligaciones de la persona en cuanto integrante de un Estado, superponiendo ciudadanía y nacionalidad circunscribía los derechos del individuo a una condición jurídica determinada por su relación con las instituciones. Es decir, su sometimiento a la autoridad del Estado, el libre ejercicio de los derechos previstos por la ley y el cumplimiento de las obligaciones derivadas de ella. Prosiguió con una dimensión vertical representada por una concepción “altimétrica de la política”, en donde el vínculo individuo-Estado se establecía a través de una relación de sujeción, imposición y sometimiento. Para construir una sociedad política, diría Rousseau, las personas deben someter su libertad individual a su libertad colectiva. Por lo tanto, esta dimensión de la ciudadanía sólo se concebía colectivamente, estableciendo que las obligaciones preceden a los derechos, y manteniendo un nexo de dependencia entre las instituciones y la sociedad. Con el tiempo también se desarrolló una dimensión amplia de la ciudadanía expresada, principalmente, en el derecho de los integrantes de la comunidad para participar en la vida política. En este enfoque, la participación representaba el componente principal de la ciudadanía dado que la pertenencia a una colectividad se originaba, justamente, en la intervención directa de quienes pueden votar y ser elegidos a los cargos públicos. Desde entonces, la ciudadanía ha evolucionado, transformando la vieja relación súbdito-soberano, típica de los grandes absolutismos del pasado, en una moderna relación ciudadanos-Estado, dando lugar a una dimensión horizontal de la ciudadanía que encarna una aspiración de igualdad no sólo de los derechos individuales, sino también de los derechos colectivos, representados por el señalamiento de la filósofa alemana Hannah Arendt, según la cual: “la ciudadanía es el derecho a tener derechos”.





Sin embargo, en las sociedades democráticas aún existen distintas formas de exclusión y negación de derechos que tienen su origen en actitudes de rechazo a la diversidad política. Frente a estas barreras se está desarrollando una ciudadanía societaria que representa “la política de los ciudadanos”, que es diferente de la política de los políticos, como un conjunto de actores, valores e identidades colectivas que son fuente creativa de nuevas formas de democratización política. Requerimos de políticas reformistas que atiendan las expectativas ciudadanas de más y mejor democracia. México necesita de una ciudadanía que dé forma política a la cohesión social. Una reforma para los ciudadanos involucra una visión de futuro con inclusión. Reformar la política actualmente, quiere decir ciudadanizar la democracia.