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31 octubre 2013

LA CAÍDA DE LOS REGÍMENES DEMOCRÁTICOS



A los 86 años de edad falleció Juan José Linz Storch de Gracia, uno de los politólogos más prolíficos de nuestro tiempo. Influenciado por el padre de la sociología norteamericana, Seymour Martin Lipset, realizó su doctorado en ciencia política en la Universidad de Columbia. Fue galardonado con distintos premios como el Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1987 por sus aportaciones a la sociología política contemporánea, el V Premio de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales en reconocimiento a sus contribuciones a la investigación sociológica de la economía, y el premio Europa-81 de ensayo por su obra “La Caída de los Regímenes Democráticos”. Miembro de la Academia Americana de Artes y Ciencias y de la Academia Europea, también presidió la Asociación Mundial de Investigación en Opinión Pública y el Comité de Sociología Política de la Asociación Internacional de Sociología. Experto en temas de transición política, regímenes autoritarios, funcionamiento y estabilidad en las democracias, el profesor Juan Linz enseñó en las universidades norteamericanas de Stanford, Berkeley y Yale, así como en las de Alemania de Heidelberg, Múnich y Humboldt. También fue profesor en la Universidad Autónoma de Madrid y en el Instituto Universitario Europeo de Florencia, donde tuve el privilegio de conocerlo.





Con él aplica la frase del gran teórico de la sociología Robert Merton: “somos enanos en las espaldas de los gigantes”. Así podremos ver más lejos. No hay una nueva idea que no tenga otra detrás que la sostiene o que hace posible su formulación. Si se quiere avanzar, es necesario aprovechar los pensamientos ya consolidados en el pasado. Las ciencias sociales representan un proceso constante de construcción de conocimiento. Cada ser humano tiene como punto de partida su contexto sociocultural y, por lo tanto, subido a ese gigante que es la cultura, su evolución será muy distinta. Juan Linz formó parte de un selecto grupo de gigantes de la ciencia política y la sociología, donde destacan Samuel Eisenstadt, Robert Dahl, Stein Rokkan, Guillermo O’Donnell, Giovanni Sartori, Norberto Bobbio y Philippe Schmitter.



Estudioso de la política comparada, Juan Linz planteó el dilema de la elección entre presidencialismo y parlamentarismo, defendiendo este último sistema por considerarlo mayormente estable y con capacidad para establecer gobiernos de coalición. Sostenía que en un sistema parlamentario la supervivencia del Ejecutivo depende de sus apoyos en el Legislativo por lo que tiene buenas razones para promover políticas incluyentes hasta lograr una coalición ganadora. Por el contrario, en un sistema presidencialista no existen incentivos para estas políticas ya que el mandato es fijo, lo que produce mayores riesgos de polarización. En su obra “Democracia: presidencial o parlamentaria. ¿Hace alguna diferencia?” de 1985, sostiene que el presidencialismo es menos propicio para sostener regímenes democráticos. Además de que resulta complicado remover a un presidente democráticamente elegido que ya no tiene apoyo. Considera que los presidentes tienen relativamente poco tiempo para realizar sus proyectos, y el resultado es que intentan lograr mucho en ese lapso: “este sentido de urgencia exagerado puede incentivar políticas mal concebidas, intentos de implementación demasiado precipitados, furia no merecida hacia la oposición legal, y una multitud de otros males”. Agrega que en los sistemas presidenciales, la elección popular directa hace pensar al presidente que no necesita llevar a cabo el tedioso proceso de construir coaliciones y hacer concesiones a la oposición. Linz concluye que la mayoría de las democracias con más larga duración en el mundo tienen sistemas parlamentarios.



También formula la distinción entre sistemas totalitarios y autoritarios. Estos últimos representan “sistemas con un pluralismo político limitado y no responsable; sin una ideología elaborada y directora (pero con una mentalidad peculiar); carente de una movilización política intensa (excepto en algunos puntos de su evolución) y en los que un líder (o un grupo reducido) ejerce el poder dentro de límites formalmente mal definidos pero en realidad bastante previsibles”. Esta caracterización permitió el desarrollo de amplios estudios sobre el autoritarismo en el sur de Europa y en América Latina.

 


Sin embargo, en mi opinión, donde se encuentra la mayor originalidad de Juan Linz es en los procesos que influyen en la caída de una democracia, identificados con lo que denomina problemas insolubles de tipo estructural, que exceden la capacidad del régimen y que pueden surgir de la forma como el liderazgo democrático los formuló. Los problemas insolubles se traducen en pérdida de poder, vacío de poder o transferencia del poder con polarización de la sociedad y guerra civil. Para Linz el cambio de régimen es el resultado de procesos iniciados por la incapacidad o ineficacia del gobierno de resolver problemas para los cuales las “oposiciones desleales” se ofrecen como solución. El cambio de régimen es resultado de problemas que exceden la capacidad de las instituciones democráticas, produciendo una transferencia de lealtades. La obra de Linz seguirá siendo fundamental para entender el destino de los regímenes democráticos.



18 octubre 2013

DÍA DE LA RAZA: DESAFÍO MULTICULTURAL


Este fin de semana se cumplirán 521 años del descubrimiento de América en 1492. Se conmemora el avistamiento de tierra por parte del marinero Rodrigo de Triana, después de haber navegado más de dos meses al mando de Cristóbal Colón. Fue uno de los hechos más importantes de la historia europea y condicionó la evolución política, social y económica de los países hispanoamericanos durante los siglos posteriores. Todavía hoy existe una polémica sobre el significado de este día, de tal suerte que, mientras en México lo seguimos recordando como el “Día de la Raza”, en otros países se conmemora como el “Día de la Resistencia Indígena”. Muchos piensan que la festividad no debe exaltar al colonialismo en detrimento de la cultura y valores de los indígenas. De esta forma se crean dos campos simbólicos, en donde se encuentran, de un lado, los herederos culturales de los conquistadores europeos, quienes consideran que en esta fecha inició la civilización en estas tierras, y del otro, quienes afirman que para los pueblos indios fue el comienzo de una guerra de exterminio que impuso un régimen colonial, al que se opusieron de manera directa o soterrada. Cualquiera que sea la óptica que se adopte, es innegable que esta fecha marca el nacimiento de una nueva identidad social y cultural producto del encuentro y fusión de los pueblos originarios del continente americano con los colonizadores europeos. El hecho concreto es que 521 años después, muchos pueblos indígenas siguen preservando su identidad comunitaria, vigorizada por la resistencia cultural a los embates del “progreso”. Recordando, al mismo tiempo, que el nuevo conflicto social es fundamentalmente de tipo cultural y ya no sólo político.





La situación de los pueblos indígenas en México los presenta como importantes grupos que han padecido históricamente exclusión y marginación social. A pesar de que en las regiones indígenas se concentra un alto porcentaje de los recursos naturales que implican altas ganancias para el conjunto de la Nación, este sector de la población vive al margen de los beneficios que reporta el aprovechamiento y uso de dichos recursos. Además, no se respetan los derechos colectivos de los pueblos indígenas representados por el derecho a la tierra, al territorio y a los recursos naturales, a la consulta, a participar en el diseño de programas públicos, así como a preservar sus prácticas culturales y sus usos y costumbres en materia electoral. El conjunto de estos derechos da contenido a la libre determinación, como establecen los instrumentos internacionales para los pueblos indígenas. Debemos reconocer que la falta de un verdadero reconocimiento jurídico de los derechos colectivos de los pueblos indios ha tenido consecuencias directas sobre la democratización mexicana. Por lo que la formulación de políticas de inclusión social debe enfrentar la tensión existente entre identidades particulares e identidades colectivas, conciliando el universalismo democrático que postula iguales derechos para todos, con el relativismo cultural que demanda el “derecho a las opciones” y el “derecho a las raíces”.




La relación universalismo-relativismo se refiere al vínculo entre los derechos de ciudadanía para todos y el derecho a la diferencia para las minorías. Es claro que si se desea entender no sólo que es la democracia, sino también cuáles son sus justificaciones éticas, es necesario postular una identidad multicultural que permita la coexistencia entre diferentes sistemas simbólicos. El régimen democrático ha evidenciado su carácter abierto e incluyente hacia valores diferentes y comunes de la humanidad. La disputa secular entre liberalismo, socialismo y democracia se ha concentrado casi exclusivamente en los dos polos de la libertad y la igualdad. Sobre esta tensión bipolar se ha construido un complejo de doctrinas políticas, económicas y sociales desde el liberalismo democrático y la socialdemocracia, hasta el proyecto del socialismo liberal. En este contexto, la fraternidad se presenta, al menos bajo el perfil teórico, como una dimensión olvidada. Esta es una laguna no menor porque se trata de uno de los principios inspiradores de la modernidad representados por los valores de libertad, igualdad y fraternidad-tolerancia.




Hablar de multiculturalismo hoy significa referirse a una teoría política de la complejidad que establece formulas para conciliar la unidad política con la diversidad social. El multiculturalismo busca respuestas al dilema de: ¿cómo la vida asociada debe ser vivida y porqué? Al mismo tiempo, proyecta las diferentes modalidades a través de las cuales los individuos buscan nuevas vías de solución a sus conflictos étnicos, culturales, políticos y sociales. Hoy con más fuerza que nunca debemos hacer un elogio de la “política del reconocimiento”. Las exclusiones étnicas, raciales o nacionalistas de los últimos tiempos, evidencian el declive de un principio considerado universal y siempre válido en la cultura occidental: el respeto por el otro. Un principio cuya génesis se encuentra en el movimiento intelectual de la modernidad que plantea la búsqueda de la felicidad pública y la igualdad democrática de los derechos.




02 octubre 2013

AMBIENTALISMO: NUEVA UTOPÍA


El ambientalismo es ¿de derecha o de izquierda?, las consecuencias de las catástrofes naturales tienen que ver ¿con la democracia o con el autoritarismo?, el medio ambiente ¿puede ser mercantilizado, privatizado o patentado?, ¿la naturaleza debe continuar siendo un medio al servicio del ser humano? Estas preguntas surgen del futuro que nos espera después del grave desastre natural que afectó a nuestro país. Hoy está en crisis el mito del progreso ilimitado, el acento puesto al desarrollo de las fuerzas productivas y las excesivas certezas sobre el alcance de los factores económicos y cuantitativos convertidos en unidad de medida del bienestar social. Los datos estructurales de la civilización industrial se encuentran en el centro de la polémica: ciencia, economía, tecnología, ética y comportamientos humanos, que vistos en su conjunto, son poderosas herramientas e ideales a perseguir, pero que han cambiado radicalmente al mundo. La naturaleza es ciega y, al mismo tiempo, astuta. Posee leyes férreas y los escenarios catastróficos derivan de su violación. La ruptura de los equilibrios naturales proyecta a los desastres como regresiones e involuciones sociales y económicas. Detener el desarrollo es imposible, aquello que quizá es posible, sea dirigirlo y controlarlo. El calentamiento global, los desastres naturales y sus graves consecuencias sociales, plantean la necesidad de una reflexión sobre el futuro del ambientalismo en nuestras sociedades.




La democratización mexicana debe atender urgentemente el tema de los Derechos de la Naturaleza. La pérdida y degradación de los recursos y del entorno natural no sólo limitan nuestro potencial de desarrollo presente y futuro, sino que comprometen el bienestar de la población y el destino del país. Debemos reconocer que la “huella ecológica” de los sectores más ricos de nuestra sociedad, es más profunda que la de los más pobres. En las ciudades la pobreza urbana se relaciona con problemas ambientales como la expansión poblacional desordenada, la escasa disponibilidad de agua, la inadecuada gestión de enormes cantidades de residuos sólidos y líquidos, y la contaminación ambiental. Pero México también registra una enorme dispersión de su población que está asentada en pequeñas localidades rurales, muchas veces ubicadas en frágiles ecosistemas, y en donde es común la deforestación de los bosques. En este escenario catastrófico, cómo no recordar a los activistas de la Organización de Campesinos Ecologistas de la Sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán que se han distinguido por su lucha contra la tala inmoderada de los bosques en Guerrero, sufriendo detenciones arbitrarias y una serie de asesinatos durante periodo 2009-2012, problemática que ha merecido la atención internacional. El tema de los derechos de la naturaleza está en la agenda nacional, recordándonos prepotentemente, que la democracia no es solo un sistema electoral sino un modo de vida en donde ocupa una centralidad relevante la cultura de la civilidad y el respeto por el medio ambiente.


El ambientalismo representa una tendencia orientada a renovar, y probablemente a superar, al conjunto de sistemas ideales que durante siglos postularon la posibilidad de una “sociedad superior”, armónica, sin clases sociales y basada en la fraternidad universal entre las personas. La crisis del modelo socialista así como del conjunto de ideologías y programas políticos que lo encarnaron, contribuyó al abandono de la búsqueda de una forma alternativa de organización social. La idea de la sociedad igualitaria ha perdido su fuerza propulsora, su poder de innovación y su carácter de “fabrica del futuro”. Frente a este declive de la utopía social más grande de nuestra historia, excluidas las utopías religiosas, el ambientalismo representa actualmente una “revolución cultural” que implica una profunda transformación de las mentalidades para redescubrir la empatía entre los seres humanos y la naturaleza. El ambientalismo es una tendencia que mira hacia el futuro y su desarrollo no será sobre las viejas teorías de la redención social, sino sobre los derechos de la naturaleza.



Los problemas ecológicos son problemas sociales, porque la naturaleza destruida no puede regenerarse. La naturaleza tiene tanta necesidad de la persona como ésta de la naturaleza. La ética de la responsabilidad permite identificar las correcciones que deben introducirse mientras está en curso una determinada acción, tratando de evitar efectos desagradables. El filósofo alemán Hans Jonas, invita a no cultivar “ilusiones irresponsables” y a actuar conscientes de la totalidad puesta en juego, que en una sociedad planetaria de alto riesgo no siempre es posible el bienestar de este o aquel grupo social, sino que es necesaria, la mayor parte de las veces, la sobrevivencia y la integridad del género humano. Por lo tanto, sostiene, es necesaria una reformulación de las obligaciones morales, por lo que al: ¿qué cosa debo hacer? debe darse una respuesta, enunciando un nuevo imperativo categórico: «incluye en tu decisión la integridad futura de las personas». El proyecto político de la modernidad democrática requiere de una nueva utopía representada por un ambientalismo de vanguardia, reformista y constructivo que fortalezca el compromiso ciudadano con el medio ambiente.