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24 junio 2013

PODER CIUDADANO


El primero de septiembre próximo la Ciudad de México dará un paso más hacia su desarrollo como Ciudad Participativa. Ese día se elegirán los Comités Ciudadanos y Consejos de los Pueblos para el periodo 2013-2016, y se realizará la Consulta Ciudadana para el Presupuesto Participativo 2014. Son ejercicios que contempla la Ley de Participación Ciudadana del Distrito Federal que considera posible la realización de plebiscitos, referéndums y ejercicios de iniciativa popular. El proceso vinculará a las 16 delegaciones políticas, a las 1,753 colonias y 40 pueblos originarios que existen en la ciudad. Es necesario reconocer que la participación ciudadana aún no adquiere la potencialidad que podría tener, dada la corporativización política, la injerencia de los partidos en la promoción de los representantes vecinales, la burocratización de los procedimientos y la subordinación operativa a las jefaturas delegacionales. En este esquema, conviene reflexionar sobre el lugar que ocupa la participación ciudadana, sobre los usos de la representación vecinal, sobre las modalidades a disposición del ciudadano para la apropiación de la metrópoli y sobre los mecanismos para colmar el “déficit de participación” existente. Por regla general, cuando se habla de participación ciudadana la referencia es al estrecho ámbito del sufragio y al cumplimiento de las obligaciones entre los individuos y el sistema político. La participación hace posible la inclusión del ciudadano en la sociedad política y es un modo a través de la cual, las personas incorporan sus opiniones o decisiones al sistema político en particular y al espacio público en general. La moderna actividad política representa un conjunto de relaciones que se expresan de diferentes formas, modos, frecuencias e intensidades, y que se llevan a cabo entre ciudadanos, grupos, asociaciones y partidos. Estas relaciones políticas son democráticas, cuando se incluye la participación directa para influenciar las decisiones de quienes detentan el poder. En la democracia las consecuencias de la participación ciudadana son inmediatas y significativas.


La nuestra es, todavía, una democracia ineficaz que se encuentra paralizada, en la que los ciudadanos y las instituciones son víctimas de una clase política incapaz de producir nuevas prácticas y consensos. La idea del desencanto democrático no es nueva, lo demuestra una larga tradición del pensamiento político que inicia con Platón –quien considera a la democracia una forma corrupta de gobierno fundada en el número y la licencia- y llega hasta nuestros días, con autores como Robert Dahl, quien propone reservar el término “democracia” a su realización ideal, sugiriendo el concepto “poliarquía” -o muchos centros de poder- para describir la realidad pluralista de los actuales regímenes políticos, fundados en el libre consenso de los ciudadanos. Esto se debe, en parte, a la contraposición entre la “plaza pública” y el “palacio”, es decir, entre gobernados y gobernantes, que refleja la incompatibilidad entre los intereses colectivos, y los intereses privados, de grupo o de partido. La plaza pública representa el espacio de la “Societas Civilis”, de la transparencia, del “Ágora”, en donde los ciudadanos son igualmente libres y forman una comunidad política. El palacio representa el espacio del poder oculto, de la Razón de Estado y los secretos de gobierno o “Arcana Imperii”. El palacio es el lugar donde se toman decisiones lejos de las miradas indiscretas de la población.

Entre la plaza y el palacio existe una relación de incomprensión recíproca y de rivalidad, porque vista desde el palacio, la plaza pública es el lugar de la libertad licenciosa, del complot y la manipulación, mientras que, contrariamente, desde el espacio público, el palacio es el lugar de la corrupción y del poder arbitrario. Esta contraposición entre la plaza y el palacio, es también, la contraposición entre sociedad civil y sociedad política.


El poder ciudadano se expresa al margen de los partidos políticos tradicionales, a quienes considera, más allá de sus historias e ideologías, incapaces e ineficientes para proteger los derechos de las personas. El poder ciudadano es la expresión de una nueva identidad política de la sociedad mexicana, no en cuanto “pueblo genérico”, sino como “ciudadanos concretos”. Durante décadas el discurso político se orientó a un pueblo uniforme y homogéneo. Actualmente, la referencia es a una sociedad pluralista y heterogénea, jurídicamente libre e igualitaria. El ciudadano de nuestros días es el integrante de la comunidad política, que vive al amparo de una ley común que tutela su derecho a participar activamente en la vida del Estado. El ciudadano (y no el individuo, porque la comunidad de ciudadanos es la que integra al Estado) goza de un estatus político que le permite no sólo formar parte de la esfera pública, en cuanto espacio en donde se define el bienestar de la comunidad, sino también, gozar del derecho a la participación en los asuntos que conciernen a su vida cotidiana. A través de la participación y de la democracia directa, la sociedad civil mexicana se constituye en un actor autónomo de nuestro proceso de cambio político.

17 junio 2013

LIBEREN AL TÍBET



La visita del presidente de China Xi Jinping, evidencia la posibilidad de cambios en la política exterior mexicana. China es una potencia mundial con la que debemos mantener relaciones que no se limiten sólo al plano económico, sino que se prolonguen al ámbito político. Compartir una posición estratégica en la Región Asia-Pacífico ofrece un abanico de oportunidades, retos y obligaciones para con la comunidad internacional. La visita, que hoy concluye, priorizó aumentar la cooperación comercial con nuestro país considerado una importante economía emergente. En 2012 fuimos la segunda nación que recibió exportaciones de China, después de Brasil. Entre las prioridades mexicanas está reducir la enorme asimetría comercial, así como atraer inversiones del gigante asiático. México no se ha beneficiado de la creciente demanda de materias primas por parte de China y, además, ambas naciones disputan el acceso al mercado estadounidense. En esta competencia, la geografía está a nuestro favor: exportar un producto desde México tarda 72 horas mientras que desde China 20 días. La última visita de un presidente chino fue la de Hu Jintao, en septiembre de 2005, desde entonces, las relaciones se mantuvieron estancadas. Además, con la visita del líder religioso Dalai Lama, en septiembre de 2011, China acusó a México de “intervenir en sus asuntos internos” y de “herir el sentimiento del pueblo chino” después de que el entonces presidente Calderón se reunió, en privado, con el máximo representante del budismo tibetano. El Dalai Lama ha visitado tres veces nuestro país: en 1989 cuando inauguró la Casa Tíbet México, que es la primera representación cultural oficial del pueblo tibetano en América Latina, en 2004 cuando celebró su quinceavo aniversario y, la última, en 2011. Esta vez, el gobierno del presidente Peña Nieto ha hecho saber, discretamente, que evitará cualquier encuentro con el líder budista y símbolo de la resistencia a la ocupación militar por parte de China.



Asumiendo una perspectiva de “realismo político”, algunos consideran que deberíamos hacer caso omiso a las violaciones a los derechos humanos en China, en aras de aprovechar las oportunidades comerciales que se presentan. Pensar así, es empobrecer el ideal democrático. No debemos olvidar que hasta hace 64 años el Tíbet era un país independiente y una de las culturas más antiguas del mundo. Los Dalai Lama, cuyo nombre significa “maestro cuya sabiduría es grande como el océano”, lo gobernaron desde el siglo XVII. Sin embargo, su sometimiento se remonta a 1949 cuando Mao Zedong proclamó el establecimiento de la República Popular China, poco tiempo después, el poderoso Ejército Popular de Liberación tomó el control del Tíbet, provocando el exilio de, aproximadamente, cien mil personas. Actualmente, se ha convertido en una “Región Autónoma” de 2.5 millones de kilómetros cuadrados que colinda con la India, Nepal, Bután, Birmania, Turkestán y China. Su posición es estratégica: se encuentra en la parte más elevada del planeta y posee uno de los cinco únicos yacimientos de litio existentes, elemento indispensable para la industria de los dispositivos informáticos móviles.



El Tíbet, uno de los países más pacíficos del mundo, es en este momento, una enorme base militar. La ocupación afecta el balance geopolítico de la región causando serias tensiones internacionales, principalmente con la India, que considera la invasión un acto de expansión imperialista. En respuesta, China ha brindado tecnología nuclear a Pakistán, enemigo histórico de la India, acentuando la hostilidad entre esos países. Se considera que más de un millón de tibetanos han sido asesinados, seis mil monasterios construidos entre los siglos VII-X han sido destruidos, y lo más detestable, el “genocidio cultural” que destruyó gran parte de su literatura religiosa e histórica durante la “revolución cultural” maoísta de 1966-1976. Por si no bastase, Beijing impuso una política de asentamientos, por lo que en la actualidad, conviven en el Tíbet más de ocho millones de emigrados chinos, con una población de la etnia tibetana cercana a los tres millones, representando un típico caso de asimilación forzada.



Los antiguos habitantes del Tíbet, son una minoría en su propio país, subordinados a estereotipos de una propaganda despectiva, a presiones económicas y a políticas de reducción deliberada de los asentamientos originarios. Muchos prisioneros políticos se encuentran condenados, por realizar pacíficas manifestaciones religiosas o por distribuir propaganda pidiendo respeto a su libertad de conciencia y a sus derechos humanos. Amnistía Internacional ha denunciado que se ha reactivado la pena de muerte contra los disidentes tibetanos, que continúan las detenciones arbitrarias y los juicios injustos. No es coincidencia que se castigue con pena de muerte cualquier actividad que afecte la “unidad nacional” China.




Debemos exigir congruencia a nuestros políticos y reclamar libertad para el Tíbet. El Dalai Lama vendrá nuevamente a México y lo hará en octubre próximo. Queda por ver si el gobierno de Peña Nieto aprovechará la oportunidad para demostrar que su propuesta de política exterior es novedosa y si verdaderamente promueve los derechos humanos.






07 junio 2013

ELOGIO DE LA TOLERANCIA



Hoy 30 de mayo se cumplen 235 años de la muerte del filósofo e historiador francés Francoise Marie Arouet de Voltaire, considerado uno de los representantes más importantes de la Ilustración, quien se presenta como defensor de la tolerancia y los derechos humanos. Estableció los fundamentos de la lucha contra los dogmatismos y fanatismos de la época moderna. Sostenía que la tolerancia es un principio racional: “estamos llenos de debilidades y errores: la primera ley de la naturaleza exige perdonarnos recíprocamente nuestras torpezas”. La idea de progreso y razón que dominó el panorama político y cultural durante siglos, y que heredamos del proceso de renovación humanística que representó el movimiento ilustrado, ha llegado hasta nosotros. La tolerancia se sustenta en la igualdad democrática de los derechos, dado que en la sociedad tolerante, lo respetado no son las ideas y creencias de las personas, sino las personas mismas. En su Diccionario Filosófico de 1764, define a la tolerancia de una manera que ha resistido el paso de los siglos: ¿Qué cosa es la tolerancia? se pregunta, y agrega: “un patrimonio de la humanidad”. Voltaire rechaza cualquier forma de religión que persiga a los no creyentes y que promueva la intolerancia, la idolatría o la tiranía. Quienes en esos momentos eran víctimas de persecuciones, encontraron en Voltaire un elocuente defensor. El suyo era un proyecto de laicización: sólo se logra pensar libremente, sostenía, sin las ataduras del miedo servil. Es el portador por excelencia de los valores del racionalismo, un defensor de los derechos de la persona, del pluralismo civil, de la confianza en la cultura y de la intransigente lucha contra los prejuicios. Voltaire combatió las supersticiones, la crueldad y el dogmatismo, pero sobre todo, combatió las injusticias cometidas por el hombre. Para Voltaire es necesario propiciar un mundo en el que la razón y la tolerancia sustituyan a la violencia y la barbarie.



La tolerancia debe ser considerada una forma de apertura, comprensión y respeto por la diversidad. Es una virtud que permite la cooperación y la inclusión de las diferencias. La tolerancia representa un fin en sí mismo, porque privilegia la persuasión sobre la fuerza. Voltaire concibe a la tolerancia no sólo como una actitud moral y ética sino como una regla de convivencia social y política. Promueve la tolerancia a través del diálogo como una expresión ingeniosa de la palabra, capaz de abrir, incluso, al espíritu más cerrado. La tolerancia se ha transformado de precepto moral a norma jurídica, a través del reconocimiento de los derechos inalienables del ciudadano. Cuando la tolerancia transitó al ámbito de la política impuso a los ciudadanos un código de conducta civil, que representó al buen gobierno (gobierno de las leyes), distinguiéndolo del mal gobierno (gobierno de los hombres). Encontramos así un lento recorrido de la tolerancia desde el terreno de las controversias religiosas, al ámbito de las controversias políticas. La tolerancia permite la inclusión pública de diferencias e identidades colectivas excluidas, marginadas u oprimidas. La tolerancia representa un conjunto de principios de la convivencia civil que están representados en la famosa frase de Aristóteles según la cual la persona es un «Zoon Politikon», es decir, un ser que aspira a la asociación urbana o, más simplemente, un individuo que ambiciona ser un ciudadano.


Los valores que identifican a la democracia no han impedido el surgimiento del prejuicio y la discriminación, como formas de rechazo y desprecio social. Es frecuente culpar a los adversarios quienes son víctimas expiatorias, se considera que son ellos, y no nosotros, los responsables de los problemas. Esto ocurrió durante los hostigamientos y las persecuciones religiosas de la antigüedad, y sigue ocurriendo actualmente. La vieja fórmula ha continuado a ser la misma: «ellos, a los que perseguimos a causa de sus creencias, sólo pueden salvarse si aceptan la religión verdadera (es decir, la nuestra); ellos, a los que intentamos destruir, están preparando nuestra destrucción, mientras que nosotros sólo nos limitamos a ejercer el derecho de protegernos». Construir tolerancia implica tratar de ser inmunes a los estereotipos y a la parcialidad, lo que significa reconocernos, al mismo tiempo, como iguales pero diferentes, sintetizando dos conceptos que se conciben contrapuestos. La tarea de la política en la democracia consiste en garantizar el respeto y la promoción de los valores cívicos. Si en la concepción tradicional de tolerancia aparecía el dilema: “mi libertad termina donde inicia la tuya”; en la nueva interpretación pluralista de la tolerancia el principio de convivencia se ha transformado, estableciendo que: “el ejercicio de mi libertad y de mis derechos, se convierten, en una condición para el ejercicio de tu libertad y de tus derechos”. La tolerancia multicultural enfatiza la inclusión del mayor número de iniciativas y puntos de vista en la construcción democrática. Por ello, mientras la sociedad tolerante, no discriminatoria e incluyente no sea una realidad palpable en México, Voltaire seguirá estando entre nosotros.